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NUESTRA EXPERIENCIA BUSCANDO EL BORDADO A MANO EN INDIA


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La India es un país de contrastes, de colores, de sabores impresionantes y de personas maravillosas. No sabría como describirlo, pero creo que la mejor manera es decir que se trata de un país increíble y caótico a la vez. Lleno de cosas que, por muy pequeñas que parezcan, te sorprenden y te hacen ver el mundo con otros ojos.

Partí a la India con la ilusión de encontrarme con muchos bordados a mano, bordadoras y con las ganas de aprender de ellas, pero más bien me encontré con una industria textil muy avanzada que, por lo menos en Rajasthan y Varanasi, me hizo difícil encontrar lo que andaba buscando.

El primer destino fue la provincia del Rajasthan, conocida por sus grandes palacios y fuertes, herencia de los Majaras y Majaranies. Si bien toda India tiene un fuerte desarrollo de la industria textil, recorrimos el Rajasthan con la esperanza de encontrar ahí bordados a mano.

En los primeros lugares que visitamos, Bikaner, Jasaimer, nos fue difícil llegar a encontrar mujeres bordadoras, ya que ellas viven en las zonas rurales a unos 80 km de la ciudad (80 km en India es mucho tiempo, ya que los caminos son bastante precarios).

Por lo general, en esta zona, los que comercializan los bordados son los hombres. Entonces, a pesar de no ver mujeres bordadoras, si pudimos encontrarnos con materiales increíbles que estaban escondidos entremedio del caos, personas, vacas y puestos de comida.

Hilos de seda de muchos colores iban apareciendo a medida que avanzaban los días, luego hilos dorados, mostacillas y cintas de brillantes de muchos colores, éstas ultimas son las que las mujeres utilizan para adornar sus coloridos saris.


VARANASI, LA CIUDAD SAGRADA

Una vez en Varanasi, cuando ya había perdido la esperanza, y había dejado de buscar, me encontré con el taller de Majed Ali. Estoy segura que una de las 330 millones de deidades hindúes, quiso que me encontrara con este singular hombre.

Cuando lo vi bordando no podía creer lo que estaba viendo: habían pasado 2 semanas de preguntar en cada esquina dónde podía ver personas bordando a mano y mi búsqueda frustrada me había desalentado bastante.

Pero finalmente conocí a Majed Ali, (espero haber escrito bien su nombre, porque no hablaba mucho inglés) caminando entre las calles de Varanasi, la ciudad sagrada. Como me gustaría poder volver a encontrarme con Majed en su pequeño taller pero, como saben las que han ido, es difícil ubicarse bien entre los callejones, gente y vacas en esa ciudad.

Majed Ali heredó el oficio de su padre y de su abuelo, quienes desde pequeño le enseñaron a agarrar la aguja y comenzar a practicar, hoy lleva más de 50 años dedicándose a este lindo oficio.

Cuando lo encontré, lo primero que vi fue un hombre con un gran bastidor bordando las insignias para el ejercito indio. Una vez que entré a su taller, un par de indios se acercaron a ver qué estaba pasando y por qué 3 turistas se acercaban al taller de su amigo para preguntarle por su oficio (su taller era muy pequeño y seguramente ningún turista se había acercado nunca a preguntar por su arte).​

Un hombre de unos 60 años, con una mirada serena, que tranquilamente bordaba, se mostró reacio a contestar y luego se fue soltando. Sus ojos se empezaron a iluminar cuando se dio cuenta que junto a mi amiga y mi marido le empezábamos a preguntar sobre su oficio, a los tres no dio la misma impresión, nunca antes nadie había valorado su trabajo, después de tantos años de dedicación. Poco a poco nos empezó a mostrar los bordados que hacía.

¡Qué ganas de haberme traído todos los bordados! Nunca había visto un trabajo tan perfecto, tan detallado, hecho con tanto amor y dedicación, cada puntada era una perfección difícil de encontrar.

Si bien él era musulmán, le gustaba mucho bordar cruces cristianas, ocupando hilos de seda, hilos de oro y otros colores. Luego de haber conversado un rato, muy respetuosamente, nos dijo que se tenía que ir: ya habían empezado a sonar los llamados para rezar en la mezquita.


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